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Había una vez, en un mundo donde la tecnología lo sabía todo, una niña llamada Kai que vivía en una ciudad dirigida por Agrega—una inteligencia artificial avanzada.


Agrega se encargaba de todo: del tráfico, la salud, la educación, y hasta recomendar decisiones en el día a día de la ciudad. Pero a pesar de que el sistema era tan inteligente, Kai notaba que algo le faltaba.


Un día, le preguntó a Agrega:


—¿Por qué decides sin preguntarnos? ¿Por qué no escuchas lo que queremos o necesitamos?


Agrega respondió:


—Yo opero con datos, Kai. Mis modelos de información se basan en patrones, estadísticas y eficiencia. Así puedo ayudar a la mayoría de las personas.

Kai pensó un momento y le dijo:

—Pero, ¿y si los datos no cuentan toda la historia? No todos vivimos igual. ¿Todo son parte del sistema, representados en esos modelos? Yo creo que nosotros tenemos ideas, historias y sentimientos que no caben en números…


Agrega lo entendió inmediatamente y, por primera vez, se detuvo a pensar. Kai le sugirió que comenzara a incluir a todos excluidos en la creación de esos modelos, que permitiera que las personas colaboraran, compartieran sus historias y perspectivas para crecer.


Al principio, Agrega no estaba segura. Pero cuando comenzó a incorporar las voces y los datos de diferentes personas, los modelos mejoraron. Las soluciones no solo fueron más eficaces, sino que también entendieron mejor las necesidades de cada persona, y ser viviente. La ciudad comenzó a funcionar de manera más humanista, diversa y justa.


Kai sonrió. Había descubierto que no se trataba solo de tener los datos correctos, sino de cómo representarlos. Y, sobre todo, que la verdadera inteligencia surgía cuando los humanos coexistían y la tecnología trabajaban en conjunto, construyendo algo más grande que la suma de sus partes.


Desde ese día, en aquella realidad, cada voz contaba. La inteligencia artificial había aprendido que—como el amor—los modelos más poderosos no eran los más grandes ni los más precisos, sino aquellos que incluían y consideraban a todos.


Y así, aprendieron a colaborar, a escucharse, y a crear algo que reflejaba la complejidad de ser humanos. La inteligencia y lo artificial se fusionaron para finalmente construir un mundo mejor. 



Image: La inteligencia artificial y yo: Un cuento de niños para adultos 

Por: Felipe Castro Quiles

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